Miraba la luna, incrédulo ante tal hecho, nunca había acontecido dicha escena, la misma que se ha repetido infinitas veces desde el nacer del tiempo y sin embargo nunca había ocurrido antes.
Quién podría imaginar que lo desconocido, se sintiera familiar, que los brazos del miedo albergaran una inesperada tranquilidad o un ángel saliera a recibirte al abrir las puertas del infierno.
Aquélla noche sin saber cómo ni por qué, alguién se acercó y cortó el frágil hilo en el que había convertido su vida y justo después de hacerlo, en un abrir y cerrar de ojos, y como por arte de magia, este se había transformado en una vigorosa y robusta cuerda.
Abandonó para siempre esas cuatro paredes y ascendió hasta el universo, ya había comprendido que un instante es eterno, que la eternidad es un segundo y que para amar, no era necesario un número par, qué en la ecuación de la vida, cuando equis tiende a cero, el resultado puede ser infinito.
Muchos derivan mientras otros integran, hay quién añade y hay quién resta...nuestro error, amigo mío, es que buscamos la solución de la felicidad, sin haber hallado ni siquiera la fórmula, y esta, no es mas que nuestra esencia.
Crear nuestra propia ecuación matemática, buscando nuestras incognitas, sumando o restando, descubrir los factores comunes a cada uno, conocer nuestras propias constantes y asumir las variables. Así iremos poco a poco acercándonos al valor esperado.